En aquel día el más débil será como David y la casa de David como Dios!
Diciembre 27, 2013“En aquel día Jehová defenderá al morador de Jerusalén, el que entre ellos fuera débil, en aquel tiempo será como David; y la casa de David como Dios, como el ángel de Jehová delante de ellos”.
Zacarías 12: 8
Este pasaje se cumple desde la primera venida del Señor Jesucristo como el Mesías.
Este “en aquel día” es el día de la manifestación del Salvador, de Dios para su pueblo. Día que continúa presente, pues más que “un día” en nuestro tiempo, representa también una dimensión espiritual abierta: La venida del descanso y de la plenitud de Dios a la tierra, o el Reino de los Cielos traído por Cristo.
4“Porque en cierto lugar dijo así del séptimo día: Y reposó Dios de todas su obras en el séptimo día.
5 Y otra vez aquí: No entrarán en mi reposo.
6 Por lo tanto, puesto que falta que algunos entren en él, y aquellos a quienes primero se les anunció la buena nueva no entraron por causa de desobediencia,
7 otra vez determina un día: HOY, diciendo después de tanto tiempo, por medio de David, como se dijo: Si OYEREIS HOY SU VOZ, NO ENDUREZCAIS VUESTROS CORAZONES.
8 Porque si Josué les hubiera dado el reposo, no hablaría después de otro día.
9 Por tanto, Queda un reposo para el pueblo de Dios”.
Hebreos 4:4-9
Se trata del Reino de los Cielos, que no viene con una apariencia exterior….”
20“Preguntando por los fariseos, cuándo había de venir el reino de Dios, les respondió, y dijo: El reino de Dios no vendrá con advertencia,
21 ni dirán: ¡Helo aquí, o helo allí!; porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros.
22 Y dijo a sus discípulos: Tiempo vendrá cuando desearéis ver uno de los días del Hijo del Hombre, y no lo veréis”.
Lucas 17:20-22
Es el descanso de Dios, o lugar que Él habita, y que descendió de los cielos hasta nosotros después del sacrificio de Jesús, dando la oportunidad a todo hombre de entrar en él, por medio de tener el Espíritu Santo dentro de sí. Siendo el Espíritu mismo, esa dimensión.
Por eso que a continuación, en el vers. 10 vemos la descripción de la promesa de Dios cumplida en la fiesta de Pentecostés, después de la resurrección de Jesús: El derramamiento del Espíritu Santo sobre la humanidad.
“Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quién traspasaron. Y llorarán como se llora por un hijo unigénito, afligiéndose por Él, como quien se aflige por el primogénito”.
Zacarías 12: 10
Nótese que se trata del “mismo día”.
Y esa profecía es ahora para nosotros también, porque los días del Hijo del Hombre siguen estando presente en nuestro tiempo, se trata de un único tiempo, un único día (Hebreos 4:7 y Lucas 17:22) – El día del Señor.
Debemos tomar parte de esta promesa viva y actual, y alimentarnos de ella y revestirnos. Esta palabra trae una poderosa herencia que nuestro Padre nos dejó, su Iglesia: Él mismo en nosotros, Emanuel.
La fuerza prometida a todos los habitantes de Jerusalén, cuando Dios dice que “el más débil de entre ellos será como David”– el más admirable rey y guerrero de todo el Antiguo Testamento, que tenía su corazón conforme al corazón de Dios, es algo que va mucho más allá, de que nuestra razón humana lo pueda entender.
Sabemos que después del sacrificio de Jesucristo – del rompimiento del velo del Templo que separaba el lugar Santo del lugar Santísimo – La Jerusalén de Dios, no es más aquella tierra en el medio Oriente, sino que es la “tierra”, en que todos los hijos de Dios, en Jesucristo habitan; Lugar celestial; o sea, el Espíritu Santo en el corazón de los hijos de Dios. Esta es la actual Jerusalén Celestial.
“Más la Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros”. Gálatas 4:26.
Por eso es que se dice:
“Aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con Él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús”.
Efesios 2:5-6
Y también
18“Porque no os habéis acercado al monte que se podía palpar, y que ardía en fuego, a la oscuridad, a las tinieblas y a la tempestad,
19 al sonido de la trompeta, y a la voz que hablaba, la cual los que la oyeron rogaron que no se les hablase más,
20 porque no podían soportar lo que se ordenaba: si aún una bestia tocare el monte, será apedreada o pasada con dardo;
21 Y tan terrible era lo que se veía, que Moisés dijo: Estoy espantado y temblando;
22 sino que os habéis acercado al monte Sion, y a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, y a la compañía de muchos millares de ángeles,
23 a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos ya perfectos,
24 a Jesús, el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel”.
Hebreos 12: 18-24
Es decir, somos el lugar que Dios escogió para habitar y el lugar que habitamos es en Dios, en Él mismo, formando con su Espíritu lo que es su verdadera Iglesia: o su Templo habitado- que nunca fue construido por hombre alguno, siendo Él mismo que lo construyó para su propia morada eterna;
24“El Dios que hizo el mundo y todo y todas las cosas que en él hay, siendo el Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas,
25 ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo, pues Él es quién da a todos vida y aliento y todas las cosas”.
Hechos 17:24-25
Y este Templo, que somos nosotros, y Santuario edificado por su misericordia cuando nosotros, por medio también de nuestro libre albedrío, nos entregamos como ofrenda a Jesucristo.
Cuando lo hacemos así, recibimos su Espíritu y nos tornamos sus hijos.
Pablo dijo a la Iglesia:
“No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es”.
1 Corintios 3:16-17
Así, el Espíritu de Dios pasa a habitar en sus hijos y sus hijos entonces a habitar en su Espíritu [Él en nosotros y nosotros en Él, juntos encima de todos los cielos].
“En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros”.
Juan 14:20
“Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”. Mateo 6: 9-10.
“.. el Reino de los cielos se ha acercado”. (Mateo 4:17); “El Reino de Dios está entre vosotros”. (Lucas 17:21).
“Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos vosotras, puertas eternas, y entrará el Rey de la gloria ¿Quién es este Rey de la gloria? Jehová el fuerte y valiente, Jehová el poderoso en batalla”.
Salmo 24:7-8
Nosotros (la casa), en nuestros corazones (la puerta), debemos “levantar nuestras cabezas”, o sea, voltear nuestro rostro a Él en su Palabra, para que entre el Rey de Gloria – Jesucristo – para que Él haga en nosotros un Portal Eterno, Un Portal de los Cielos, que traiga otra dimensión para dentro de nosotros, a nuestro espíritu.
Un lugar invisible a la carne, pero más real que ella para quien lo tiene y para toda la eternidad. Porque cuando nuestro tabernáculo de esta tierra-la carne-se disuelva, será quién esté en este lugar; en Cristo que permanecerá. Pues solo en su cuerpo subsistirá.
El Todo-Poderoso que habita en los cielos, en su omnipresencia, viene para dentro de nosotros, a cada uno que aceptó ser su hijo. Este tendrá en sí mismo el Reino de los Cielos, adelantamiento celestial (promesa del Espíritu) la certeza de herencia que recibiremos en plenitud -la Vida Eterna-, entonces pronto.
Jesús es la puerta de los cielos que al entrar en nuestra casa, por nuestro corazón – si le abrimos nuestra puerta – trae consigo a su Reino, sellándonos con la certeza del tiempo venidero.
“Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos”. Juan 10:9
“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo”.
Apocalipsis 3:20
Por lo tanto el más débil será como David, porque se es propietario de los dones dados a David -Nobleza, coraje, fuerza, promesa – Él mismo habita en todos nosotros, que pertenecemos a “Jerusalén Celestial” en Jesucristo. Debido a que somos Templos del Espíritu Santo; El Padre, Hijo y Espíritu Santo son uno, siendo nosotros Templos del único Dios trinidad (trino).
Por lo tanto, ya no estamos revestidos de un don que viene de afuera, Dios lo hace brotar desde dentro, de los ríos de Su Trono (que está en nuestros corazones ); dentro de aquellos que aceptaron a su Hijo Jesucristo como único Señor, y así se volvieron habitación, morada o casa del Todopoderoso.
Por eso también se dijo:
“La casa de David como Dios, como el ángel de Jehová delante de ellos”.
Porque somos la “casa” de David, los seguidores de Cristo (o hijos de David en la descendencia o simiente terrenal). Y nosotros somos como Dios, en Dios, en la voluntad de Dios, por el hecho maravilloso de nuestro Señor Jesucristo de habitar en nosotros, siendo Él la única puerta y puente entre los hombres y Dios.
“Para que todos sean uno; Como tú oh Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste”.
Juan 17:21
En esta condición nos tornamos sus testigos directos, sus mensajeros (santos) en la tierra.
“El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo; el que no cree en Dios, le ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo”.
1 Juan 5:10
Debemos conocer esta novedad y tomar posesión de su Reino en nosotros por el conocimiento de su Palabra, en profundidad espiritual, y revestirse de la autoridad que Jesús dejó a sus hijos.
No por lo que somos o lo que conocemos en parte, por lo que Él se revela en nosotros, lo que Él es en nosotros. Lo que el verbo, palabra o LOGOS, Él mismo manifestó a sus discípulos.
“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad”.
Juan 1:14
Por lo tanto ya no depende de nuestra naturaleza (buscando unción de afuera) la autoridad de expulsar demonios y hacer milagros. Así todo viene de aquel que ya está en nosotros, cuando aceptamos estar en Él.
Si hacemos así, no hay acusaciones o limitaciones que puedan impedir la manifestación de Dios por medio de nosotros. Porque en Cristo “la casa de David será como Dios…”
Que la paz de nuestro Señor Jesucristo esté con todos sus hijos. Amén.
Alan.